Madre
Belén fue una verdadera Esclava en el amor a Cristo y a los hermanos. Su vida
de intimidad con Dios por la oración era un testimonio para su comunidad y un
estímulo para todas. Era fácil encontrarla en horas de la
noche delante del Señor. Hablaba de la oración como se habla de un amor
profundo. Orientaba, ayudaba, a las que no sabíamos hacerla como ella, aunque
en su humildad no pensara que era así. No dejaba a nadie angustiada por causa
de la oración, tiempo o forma, pero estimulaba en la necesidad de esta misma
oración.
Jamás,
ni en medio de los grandes sufrimientos por los que tuvo que pasar muchas veces
en sus cargos, se le oyó una queja de amargura o resentimiento contra alguien.
Sabía perdonar, disculpar, olvidar. Ella sabía escuchar, sentir con las
personas, pero ayudaba a mirar hacia lo alto y hacia el hermano con perdón y
comprensión.
Amaba
la cruz de Cristo, por ella se unía más al Señor y quería parecerse más a Él,
que todo lo entregó por amor.
Personalmente
ella servía siempre a los necesitados, por la palabra, por la dedicación y por
la oración. Tenía un celo apostólico enorme.
Era
una hermana firme, cariñosa, humilde y sincera. No compaginaba con el mal,
pero tenía su alma siempre abierta a
cualquier persona que errase.
Su
amor a la Virgen marcaba su forma de vida.
Madre
Belén es mucho más de lo que se puede hablar sobre ella. Fue y sigue siendo
ejemplo y estímulo de una vida entregada del todo al Señor y a los hermanos.
Hna.
Marlene Bellici, ADC.
(En Diario de una misionera)
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