Bondad,
abnegación, caridad, acercamiento a los pobres, son los cauces por los que
discurre su amor a Jesucristo. Pero en el horizonte de su vida hay un “más” que
la llama incesantemente: las misiones.
En
Dianópolis, como en todas partes, Madre Belén se entrega a un trabajo agotador,
urgida su caridad por tantas necesidades como la rodean.
Asombra
su fecunda acción. Y asombra sobre todo la valentía con que llevó a cabo
empresas que debieron costarle un enorme vencimiento, dada su natural timidez.
Pero su amor a Jesucristo le comunicaba la fortaleza y arrojo en tantas obras
apostólicas como emprendía.
Se
vencía y se superaba hasta el heroísmo. Un heroísmo que a fuerza de repetirlo
llegó a serle connatural.
Ejercitada
en el sufrir y en el continuo darse a los demás, le sorprendió su última
enfermedad. Delicadeza para con todos, bondad, olvido de sí, atención a cuantos
la visitaban y una humildad sin límites era el ambiente que envolvía su
situación de enferma. Junto a ella se palpaba la presencia de Dios, a quien tan
sinceramente se había entregado.
Hna. Concha Montoto, ADC.
(En
Hoja de difusión)
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