En los once años
que tuve la suerte de tenerla como Superiora puedo asegurar que siempre la ví
coherente con su vocación de Esclava. Las que trabajamos con ella en Dianópolis
sabemos cómo vivió intensamente entregada a las almas, en aquellos sertones del
nordeste goiano, Misionera, con grande amor a las almas, que le hacía pasar por
encima de toda clase de sacrificios , superar obstáculos, vencer situaciones
repugnantes a la naturaleza con el
entusiasmo propio de quien está llena del amor de Dios.
No había obstáculo
para ella cuando se trataba de hacer el bien. Sus ansias de salvación de los
hermanos le llevaron a situaciones bien difíciles y muchas veces
incomprensibles para aquellos que no entendían del celo apostólico. Niños,
jóvenes, adultos y ancianos, cuanto más pobres y sufrientes, cuanto más
repugnantes en apariencia, más dignos eran de su amor.
Tractores,
camiones, carros de bueyes, “jeeps”, frágiles embarcaciones fluviales, de todo
se servía para llegar hasta donde se hacía necesaria su presencia misionera.
Cada una de aquellos viajes misioneros era un riesgo. Y para ella, un continuo renovar su confianza
en Dios. Porque tenía miedo; todas lo sabíamos, y eran horas y horas
atravesando el “mato” sin ver alma viva. Normalmente la sed era nuestra
compañera inseparable.
Nunca la vi
quejarse de las incomodidades que se
pasaban en aquellos viajes y estancias en
carentes hasta de lo más imprescindible. Ella aceptaba todo con aquella
bondad y amor que nos contagiaba a todas.
Cuantas veces a la vuelta de esas caminatas, cubiertas de polvo y
suciedad, nos hacía olvidar todo para pensar que fuimos instrumentos de Dios
para con aquellas pobres criaturas.
Su caridad era sin
límites. M. Belén amó con el corazón de Cristo. Y por eso sabía perdonar con
aquella capacidad de perdón propia de las almas muy amantes del Maestro.
Su capacidad de
perdón, su bondad, siempre serena incluso cuando era seriamente ofendida, sólo
era comprensible porque era una persona de mucha oración, intensamente
eucarística, de fe profunda. En una palabra, M. Belén procuraba vivir
seriamente el Evangelio. Fue un alma enamorada de Dios.
Por esto, nunca
nos extrañó saber de conversiones innumerables que se daban a su paso por
aquellas tierras, movidos por sus consejos y oraciones. Y nunca más se
olvidaron de “aquella santa” como cariñosamente la llamaban.
Hna.
Celia dos Santos, ADC.
No hay comentarios:
Publicar un comentario